Japón puede abandonar para siempre una cláusula constitucional que restringía notoriamente la capacidad de respuesta militar.
El artículo 9 de la constitución japonesa sostiene desde 1947 que «el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales».
Shinzo Abe, el ex primer ministro asesinado el pasado 8 de julio, lideraba una corriente de opinión que quiere un ejército mucho más activo ante las amenazas externas. Su partido, el Partido Liberal Democrático, ha ganado las últimas elecciones legislativas y junto con sus aliados en el Parlamento tiene los números necesarios para llevar adelante la enmienda.
Cultura pacifista
Sin embargo, la opinión pública se encuentra polarizada. Si bien no es el tema que más preocupa a los japoneses, los porcentajes a favor y en contra se han ido equiparando a lo largo de las últimas décadas y hoy están empatados. El espíritu pacifista de la constitución redactada luego de la rendición ante las fuerzas norteamericanas cuenta con gran arraigo en gran parte de la población, quienes no simpatizan con la historia de una gran potencia expansionista y guerrera. Para ellos es la Constitución de la Paz.
Esta corriente pacifista está representada por la izquierda. La derecha conservadora siempre ha visto este artículo como una concesión extrema y debilitante de la soberanía.
El ejército de autodefensa
Si bien la intención de la Constitución era evitar el rearme, a través de los años las circunstancias fueron erigiendo lo que hoy se conoce como las Fuerzas de Autodefensa. Durante décadas fueron sólo una agencia gubernamental, luego se creó el Ministerio de Defensa y durante el gobierno de Abe (2012-2020), se estableció un Consejo de Seguridad Nacional para coordinar las políticas de seguridad.
De ese modo, los militares japoneses tuvieron la posibilidad del uso de la fuerza en coordinación con otros países si ello era necesario para la seguridad y supervivencia de Japón.
Todos estos avances han sido cuidadosamente reglamentados con una clara tendencia a la limitación y el control. El afán de Abe era equiparar las funciones y atribuciones militares a las de otros países “normales” de la región, como Australia y Corea del Sur.
En términos puramente fácticos, el gasto militar de Japón está dentro del top ten mundial y planea duplicar su presupuesto para alcanzar el 2% de su PBI. Con plena capacidad aérea, terrestre y marítima, según la ley orgánica, las Fuerzas de Autodefensa no están capacitadas para ningún tipo de operación agresiva.
Una región caliente
La cautela japonesa en temas militares no solo obedece al recelo de su propia población: sus vecinos (las dos Coreas y China), observan con atención y preocupación estos pasos. Ellos sufrieron los embates de una potencia imperial con hambre de conquistas y las restricciones les aseguraban cierta tranquilidad.
Pero paradójicamente son las acciones y provocaciones de estos países lo que sirve como excusa para Japón. China incrementa incesantemente su poderío militar y las incursiones y pruebas de armamentos por aire y mar de estos vecinos son causa de alarma constante.
Abe era visto como un político mucho más enérgico e intransigente y sus planes para el ejército como un temerario ejercicio de revisionismo. Fumio Kishida, el actual primer ministro, en cambio, es percibido como mucho más pragmático y negociador.
Luego de las últimas elecciones legislativas, el Partido Liberal Democrático junto con el Partido de la Restauración y el Partido Democrático del Pueblo (ambos de tendencia nacionalista) suman más asientos que los dos tercios necesarios para aprobar la enmienda, que luego será sometida a un referéndum de la población.