La pobreza que Kuala Lumpur no quiere ver

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El primer ministro Anwar Ibrahim ha reivindicado la erradicación de la pobreza extrema de la capital. Pero los datos se basan en un umbral de ingresos irrisorio, que el colapso del ringgit ha hecho aún más problemático. Por su parte, las organizaciones caritativas, las estructuras sanitarias e incluso los servicios públicos coinciden en afirmar que la situación económica real de las familias está empeorando.

Malasia, la sexta economía del sudeste asiático, que siempre ha sido un potencial «tigre» económico, tiene dificultad para reconocer y gestionar a sus pobres. En este momento está influyendo sobre todo la implementación gradual de recortes en los subsidios públicos para alimentos y combustibles y la fuerte caída de la moneda local, el ringgit, medidas que apuntan a la búsqueda de la estabilidad económica y política tras la experiencia de la pandemia y de las elecciones de noviembre de 2022, en un contexto regional de fuerte competitividad.

Las declaraciones del Primer Ministro Anwar Ibrahim, quien recientemente se refirió a la desaparición de la pobreza extrema en la capital, Kuala Lumpur, y en los Estados federados de Melaka y Negeri Sembilan, han vuelto a centrar la atención de la sociedad civil en la pobreza oculta. En su intervención ante la Associated Chinese Chambers of Commerce and Industry of Malaysia con motivo de las celebraciones del Año Nuevo Lunar, el 15 de febrero pasado, Anwar señaló el éxito del gobierno en la lucha contra los problemas sociales y subrayó significativamente que este compromiso, destinado a continuar, se aplica a todos los componentes étnicos del país. La referencia resultada necesaria en vista de la presión política constante de las minorías para que terminen los privilegios al componente malayo y musulmán que hoy representa – con la inclusión de grupos étnicamente cercanos a los malayos – el 70 por ciento de la población total de Malasia, de 34 millones.

Las coordenadas que se aplican para establecer las condiciones de indigencia habían sido confirmadas hace un año por el Ministro de Economía, quien en el Parlamento identificó como pobres a los ciudadanos con ingresos mensuales inferiores a 2.208 ringgits, es decir, unos 430 euros. Un ingreso que quizás sea suficiente en las zonas rurales, pero resulta irrisorio en los principales centros urbanos de Malasia.

Al comparar datos de organizaciones benéficas, estructuras sanitarias y servicios públicos se puede ver, por el contrario, que la situación económica real de la población ha empeorado en la última década. Prácticamente ignorada por las estadísticas oficiales, la pobreza sigue siendo una presencia significativa en la sociedad malaya y resulta evidente en el hecho de que mucha gente no puede hacer frente a gastos adicionales más alla de la supervivencia básica. La muerte de un familiar, una emergencia de salud, a veces la compra del arroz o las facturas de los servicios, a menudo se convierten en emergencias que solo se pueden resolver con la ayuda de las ONG.

Las medidas de ayuda del gobierno, como los complejos de viviendas populares, a menudo acogen a una población empobrecida que vive en condiciones extremas a pesar de beneficiarse de alquileres bajos. El mismo gobierno, aunque se muestra optimista sobre las perspectivas, solo pocos meses atrás había identificado en todo el país cerca de 114 mil familias en un nivel de pura subsistencia.

Muchos analistas consideran que resulta insuficiente identificar la pobreza basándose únicamente en los ingresos, incluyendo el salario mínimo mensual de 1.500 ringgit vigente a partir de 2022, porque también deberían tomarse en cuenta otros indicadores, como el acceso a la salud y la educación, así como las reales condiciones de vida.

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