La “pausa” de la Reserva Federal adelanta el “desconcierto” de EE.UU. La Reserva Federal señaló que había resuelto establecer una “pausa” dentro de su política de alza de las tasas de interés que ya lleva 15 meses de duración y que se ha realizado a través de 10 aumentos sucesivos.
Al mismo tiempo, aclaró en el mismo comunicado que necesitaría multiplicarla hacia fines de este año para enfrentar un alto nivel de inflación, que sigue siendo el principal desafío de la 1era economía del mundo (U$S 26.9 billones/25% del PBI global).
Lógicamente si se establece una “pausa” en una escalada de 10 alzas sucesivas de las tasas de interés, no es para multiplicarlas, sino para iniciar un camino descendente, presumiblemente con igual sistematicidad, que la escalada de signo contrario.
Pero en este caso la realidad de la situación es que, a pesar del esfuerzo del organismo federal, la inflación se mantiene en el nivel de 5%/5.05% anual, largamente alejada del objetivo del 2% en el año fijado por la entidad que preside Jay Powell.
Por su parte, la situación de la economía estadounidense se muestra firme y floreciente. Dotada de una formidable capacidad de creación de puestos de trabajo. Se trata de un promedio de 400.000 empleos mensuales en los últimos 6 meses. Esto sucede en tanto que la tasa de interés también ha disminuido significativamente hasta alcanzar un nivel de 4.15% en junio de este año.
Aun así la prosperidad, al menos en EE.UU, atrae algunos inconvenientes. La situación de virtual pleno empleo está acompañada de una carencia evidente de fuerza de trabajo, sobre todo en el sector servicios, con carteles permanentes de carácter incluso imperioso proclamando que “…se necesita personal” que es usual ver a través de todo el ancho del territorio norteamericano.
Este fenómeno combinado de pleno empleo y carencia estructural de personal mínimamente calificado, acarrea por necesidad un proceso sistemático de reclamos y de mejora salarial, que es la causa de fondo de la inflación de la economía norteamericana.
Lo curioso es que, en este cuadro de dificultades la prosperidad está acompañada por un virtual estancamiento de la economía, que se encontró en los 2 1eros trimestres de 2023 en una perspectiva de estancamiento técnico, desigual, pero generalizado.
Lo que es evidente es que la Reserva Federal está crecientemente preocupada porque, a pesar de la política de alza sistemática de las tasas de interés, que se han mantenido en más de 1 año en un nivel por encima de 5%/5.05% anual, la inflación no solo no retrocede, sino que está adquiriendo un carácter crónico, lo que sería la “peor hipótesis” en la terminología de Jay Powell y sus asociados.
A pesar de eso, la Reserva Federal insistió en señalar en su comunicado que está dispuesta incluso a elevar su política de altas tasas por encima de los niveles de los últimos 15 meses, hasta dejarla incluso en 5.6% a fin de año.
Implicaría un alza de 2 puntos porcentuales sobre la pauta vigente al comienzo del ciclo alcista, y constituiría –en términos históricos– uno de los grandes “apretones” de la historia del Organismo Federal.
Siempre conviene tener presente que la “Fed” es el Banco Central de EE.UU y también de la 1era potencia mundial y, como tal, titular hegemónico de la moneda global, que es el dólar estadounidense.
Por eso la resistencia que muestra la inflación a retroceder en EE.UU a sus objetivos originarios, es al mismo tiempo –irónicamente– una muestra de la fortaleza de la 1era superpotencia del sistema capitalista.
Pero hay un aspecto estrictamente económico del poderío de EE.UU que está siendo afectado en este momento por su puja violenta con la República Popular China y es la que ha provocado una fractura en las cadenas transnacionales de producción y distribución, resultado directo de la disputa entre las 2 superpotencias de la época por la hegemonía geopolítica y sobre todo tecnológica.
Kristalina Georgieva, titular del FMI, estima que esta ruptura de estricto origen geopolítico/ tecnológico impone una disminución del crecimiento de la economía mundial de no menos de 4 puntos y ½ porcentuales del PBI global en los próximos 10 años, lo que afecta primordialmente a EE.UU por su mayor peso relativo con respecto a China medido en dólares constantes.
Esta situación estructural golpea a la superpotencia norteamericana en pleno año electoral en que decide su destino a través del triunfo de la candidatura a la reelección del presidente Joe Biden o, por el contrario, la victoria de su contendiente, el republicano Donald Trump.
Esta tremenda polarización encuentra a EE.UU en el mayor periodo de debilitamiento político y extremo enfrentamiento interno, tanto cultural como social, de su historia, a contar de la Guerra Civil de 1861/1865, en que la sociedad estadounidense experimentó más de 500.000 muertos en el campo de batalla.
Estos son los términos en que se presenta hoy “la cuestión norteamericana” y que por la magnitud de lo que está en juego, la puja central en términos históricos con China por la hegemonía internacional y en especial la tecnológica, y la profunda, asombrosa, debilidad doméstica del sistema político estadounidense, se presenta también como la principal cuestión de nuestro tiempo.
China se ve obligada a unificar su mercado interno sobre la alta productividad
El comercio internacional de China (exportaciones + importaciones) ascendió a U$S 6.1 billones en 2022, el mayor del mundo; y por 2do año consecutivo su principal socio comercial fue el mercado constituido por los 10 países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) que son: Indonesia, Vietnam, Birmania, Brunei, Camboya, Laos, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia, en vez de la Unión Europea (UE), como lo fue en los 20 años previos, desde el ingreso de la República Popular a la OMC (Organización Mundial de Comercio) en 2001.
De esta forma, la Zona de Libre Comercio que han constituido China y la ASEAN desde 2008 es el mayor espacio integrado de la economía mundial, solo comparable con el nuevo NAFTA (USMCA) forjado por EE.UU, México y Canadá a impulso de Donald Trump, que es la manifestación más avanzada de la integración global del capitalismo, sustentada en la inversión, la alta tecnología y la innovación, y que actúa sobre la premisa de la sinonimia salarial dentro de la región y busca permanentemente el arancel cero.
En términos geopolíticos, la conversión de China en el principal socio comercial de la ASEAN, abandonando la relación privilegiada que tuvo con la Unión Europea, indica con nitidez la tendencia central de la época, que es el traslado del eje de a la acumulación capitalista global de los países avanzados a los emergentes, de Occidente a Asia, primordialmente a China.
El aspecto estrictamente económico de este fenómeno es la extraordinaria capacidad productiva y competitiva de las exportaciones de la República Popular.
A partir de 2001 (ingreso a la OMC), las exportaciones chinas comenzaron a crecer 30% anual, 3 veces más que el nivel de expansión del producto y son obra fundamentalmente de las grandes empresas transnacionales radicadas en China y que desde allí venden al mundo.
Estas grandes compañías transnacionales disponen de un nivel de productividad equiparable al más avanzado, pero que es 3 o 4 veces superior al nivel nacional y solo tienden a converger con un sector entonces reducido del sistema productivo de la República Popular China que es la “economía digital”.
Ahora, la productividad de las transnacionales exportadoras y la de la “economía digital” prácticamente se ha fusionado. Esto ocurrió en 2008/2009, cuando se produjo la crisis financiera internacional en que el eje del mundo pasó del Este al Oeste, de Occidente al Asia.
En ese mismo momento, China inició uno de los más grandes giros económicos de su historia. Dejó de crecer sobre la base de la inversión y el comercio exterior para expandirse fundado esencialmente en el consumo doméstico y al tiempo que establecía la prioridad absoluta en el mercado interno resolvía integrarlo completamente con el capitalismo más avanzado y el sistema mundial.
Allí surgió una nueva forma de “dualismo estructural”, propio del capitalismo del siglo XXI.
China se encontró con que solo 40% de su producto integra la “economía digital”, que es por donde tramita la digitalización completa de la manufactura y los servicios que es la 4ta revolución industrial.
Este sector se expande siguiendo la “productividad de todos los factores”, que es la innovación, en tanto que el 60% restante se rige por la productividad del trabajo, que es lo característico de la economía industrial.
La República Popular prevé iniciar en 2035 el periodo absolutamente decisivo previo a la construcción del “Sueño de Rejuvenecimiento del Pueblo Chino”, que se instauraría en 2050, y que implica la restauración del “Imperio del Medio”, que fue el eje del sistema mundial durante más de 4.000 años de historia.
Esto sucede mientras se exacerba la puja geopolítica con EE.UU, que a su vez experimenta una profunda crisis política, con visos de vacío de poder en la Casa Blanca.
En la estimación de la conducción china – presidente Xi Jinping – ésta es una etapa histórica extremadamente riesgosa debido al debilitamiento político extremo que enfrenta el contendiente geopolítico y que torna muy difícil, sino imposible, acordar.
En estas condiciones, incluso un pequeño incidente puede escalar de forma inmediata con consecuencias extremadamente críticas, incluso letales. De ahí la situación de grave y constante incertidumbre.
Por su parte, la República Popular China se ha fortalecido notablemente en los últimos 10 años, con un creciente, significativo, e inequívoco posicionamiento geopolítico a escala global.
Lo que ocurre es que, sin resolver y superar el “dualismo estructural” que ha aparecido en su mercado interno, con 40% del producto volcado a la “economía digital” y 60% fuera de ella, no hay realización del “Sueño de Rejuvenecimiento del Pueblo Chino” posible.
En ese caso, el esfuerzo de los últimos 200 años de revertir las décadas de humillación y oprobio de la Gran Nación China – el eje del mundo durante 5 milenios – se habría frustrado, y eso es algo que el pueblo chino no puede permitir, y ciertamente no lo hará.
Esto hace que el terreno de batalla fundamental sea en los próximos 10 años una tremenda revolución tecnológica, científica, y productiva que unifique el mercado interno de China.
Todo indica que esto es lo que va a ocurrir.
El gran desafío que enfrenta China en los próximos 10 años
La tasa de desocupación de la juventud china de 18 a 29 años de edad, altamente calificada, con nivel universitario o terciario especializado, trepó a 20.5% en abril, 4 veces más que el promedio nacional de desempleo.
Al mismo tiempo, después de experimentar una fuerte recuperación post-Covid 19 de 4.5% anual en el 1er trimestre del año, los indicadores del 2do trimestre, ascendieron a solo 5.6% ese mismo mes en materia de producción industrial, muy por debajo de los pronósticos que estimaban que ascenderían a 10.6%, o más.
Esto parecería indicar que los datos del 1er trimestre han tenido un carácter esencialmente cíclico, pero que han surgido factores estructurales que arrastran hacia una tendencia descendente, con fuertes signos recesivos.
El 1ero, y más crítico de esos factores estructurales, es el estancamiento o carácter declinante que ha adquirido la productividad de todos los factores (PTF), que es sinónimo del capitalismo más avanzado, que se manifiesta sobre todo en la economía digital.
En este aspecto crucial – que es un punto decisivo que es preciso subrayar – la economía digital en China abarca solo 40% del PBI mientras que en la mayoría o más representa el restante 60%. Este sector depende todavía para su expansión solo del nivel de productividad del trabajo (PT) propio de la economía industrial.
Esto sucede cuando la crisis demográfica que afecta a China adquiere un carácter extremo y creciente.
Según Naciones Unidas, la mitad de la población china tenía menos de 20 años antes de 1980. Ese porcentaje disminuyó a 24.5% en 2015 y se estima que hacia 2050 más de 1/3 de la población tendrá más de 60 años.
En términos económicos, lo que importa es la reducción de la fuerza de trabajo, estimada en la ausencia de 170 millones de trabajadores en 2030.
Lo decisivo de este dato es lo que sucede con los operarios altamente productivos y capacitados, en los que hay un notorio desajuste entre los puestos que la economía nacional ofrece y el número nítidamente superior de trabajadores activos y calificados, hasta provocar una desocupación de 20.5% en este sector 4 veces superior al promedio nacional.
En suma, el extraordinario número de trabajadores con elevada calificación que el sistema ofrece (se gradúan 12 millones de jóvenes universitarios por año) no puede ser absorbido por una economía que todavía se sustenta en 60% del total en un sistema productivo industrial.
Este fenómeno chino es el resultado directo del más extraordinario experimento de ingeniería social de la historia, que es la política del “hijo único”.
La política del “hijo único” (2 en los campesinos) fue resuelta por Deng Xiaoping en 1979 al inaugurar la estrategia de “apertura y reforma” al capitalismo que se produjo tras el colapso de la Revolución Cultural y la muerte de Mao.
Sin esta política, la población china tendría hoy más de 500 millones de habitantes respecto a los niveles actuales.
Esto haría prácticamente imposible el alza del producto per cápita de su población, aunque el crecimiento fuera excepcional como efectivamente ocurrió.
En este periodo, además, el ingreso per cápita se elevó 8.1% anual y se duplicó cada 10 años.
Stephen Roach – uno de los grandes estudiosos de la economía de la República Popular – fue el primero que advirtió este fenómeno crucial y único del desarrollo chino. Esto sucede cuando la puja geopolítica entre China y EE.UU ha provocado en su intensidad la fragmentación de la economía global y el riesgo de recesión mundial.
Lo que implica el vuelco sistemático y forzado a la búsqueda de un crecimiento basado en la productividad de todos los factores (PTF) en los próximos 10 años es que del logro de esta hazaña histórica depende la consecución del “Sueño de un Renacimiento de la Nación China”, o lo que es lo mismo el “Imperio del Medio” del siglo XXI, que se propone lograr en 2050.
La política ferozmente anti-China que lleva adelante EE.UU en todos sus sectores es vista por el presidente Xi Jinping y la masa del pueblo chino como la última y más grande de las “humillaciones” que la nación vhina ha tenido que experimentar en los últimos 200 años, a contar de la Guerra del Opio de 1840 y la pérdida de Hong Kong.
El primer ministro chino Li Giangs señaló en el Consejo de Estado de este año que es necesario acelerar el desarrollo del nuevo mercado nacional unificado sobre las pautas de los sectores más avanzados de la economía digital, a realizar fundamentalmente en la economía real (manufacturera), y que crezca exclusivamente sobre la base de la productividad de todos los factores (PTF), o innovación, sobre la premisa de que esté completamente integrada con la economía global más avanzada, lo que tiende a conseguir una reducción de más de 30% en los costos de transacción, al tiempo que multiplica las oportunidades de inversión en China para el mundo entero .
En líneas generales, está históricamente comprobado que lo que China se compromete a hacer, lo hace.
Se puede asegurar que los próximos 10 años van a ser fenomenales en la historia del mundo y de la República Popular.