En la época actual, en la que las grandes potencias compiten febrilmente por afirmar sus intereses en los estratégicos océanos Índico y Pacífico, Indonesia aparece como un actor con ascendente importancia regional y abierto al multilateralismo a fin de mantener el equilibrio en esa zona del planeta. En ese gran juego global el país-archipiélago y México coinciden como potencias medias, dignas de una relación más cualitativa.
Indonesia consta de al menos 17 mil islas dispersas en mil 905 millones de kilómetros cuadrados que van de las costas suroccidentales de Sumatra (en el Pacífico) al extremo oriental de Papúa, en el Índico. Tiene 273.5 millones de habitantes en 360 comunidades que se comunican en casi 719 idiomas. Pese a ser un Estado laico, acoge variadas religiones, de las cuales la mayoritaria es la musulmana con más del 83 por ciento.
Además de la visión regional que le impone su geografía, esta nación sustenta una vocación internacional. Tras independizarse de Holanda y librarse de las sucesivas ocupaciones japonesa, alemana y británica, la naciente Indonesia acogió la Conferencia de Bandung (1955) que proclamó el anticolonialismo, la cooperación afroasiática y la no alineación a la bipolaridad en plena Guerra Fría.
En 1962 evidenció esa visión multipolar al ser el único país de Asia en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), de la que se retiró en 2009 al convertirse en importador de crudo, aunque retornó en 2015.
Para los estrategas globales en la actual coyuntura de la crisis energética derivada del conflicto en Europa del Este, este país surge como actor geopolítico de gran nivel por su potencial energético: es el primer productor mundial de carbón y mayor productor de gas y petróleo del Sureste Asiático.
ASEAN y G-20
No obstante, el mayor activo de Indonesia es su política exterior multipolar. En el tablero del ajedrez global, Yakarta logra un delicado equilibrio con Estados Unidos (EE. UU.), la Unión Europea (UE) y sus vecinos regionales, al tiempo que cuida con diligencia sus añejas relaciones con China y Rusia.
Lo hace a través de la Asociación Naciones del Sureste de Asia (ASEAN), cuya creación promovió en 1967. Hace ya 55 años que ahí se estimulan el libre intercambio y nuevas tecnologías para garantizar la paz y estabilidad regional.
A los socios fundadores: Filipinas, Indonesia, Malasia, Tailandia y Singapur, se unieron: Birmania, Brunei, Camboya, Laos y Vietnam. Su Producto Interno Bruto (PIB) común es de unos cinco billones de dólares e integra una población de 646 millones. Su carácter plural se expresa en alianzas con actores estatales y no gubernamentales, como la influyente Organización de Cooperación de Shanghai (fundada en 2001).
Este año, el Foro Económico Mundial de Davos estimó que la ASEAN jugará un rol clave en la solución de los retos derivados del desplazamiento del escenario geopolítico. “Está bien posicionada para convertirse en la cuarta mayor economía mundial hacia 2030 y aumentó su rol al afrontar exitosamente problemas globales como la inflación y freno a la cadena de suministros por la pandemia de Covid-19”, citó el foro.
A fines de junio, y en pleno conflicto entre Kiev y Moscú, con su lógica de construir “puertos y puentes” el presidente indonesio, Joko Widodo (Jokowi), visitó a los presidentes de Ucrania y Rusia y les propuso dialogar y trabajar por la paz. Como presidente pro-témpore del G-20, Indonesia alojará la Cumbre de Líderes e invitó a los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de China, Xi Jinping, pues ambos son miembros del grupo.
Algunos observadores anticipan que los miembros occidentales boicotearán esa cita, aunque en Yakarta circula el optimismo. México debe elevar su relación con Indonesia al nivel que merecen, pues ambas naciones comparten desafíos similares como potencias medias de valiosos recursos humanos, energéticos e industriales.