El peso de la historia o el frenesí circunstancial

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Vladimir Putin considera que Ucrania es una parte integral de la historia rusa y, en realidad, de Rusia. Esta última aseveración es esencial a la hora de entender qué pasa

“El rasgo fundamental y más constante de la historia de Rusia es el carácter rezagado de su desarrollo, el atraso económico, el primitivismo de las formas sociales y el bajo nivel cultural”. Así comienza LeonTrotsky su libro, Historia de la Revolución Rusa. Renglones más abajo, agrega: “El privilegio de los países históricamente rezagados –privilegio que existe realmente- está en poder asimilar las cosas o mejor dicho en obligarles a asimilarlas saltando por alto una serie de etapas intermedias. Los salvajes pasan bruscamente de la flecha al fusil”.

Por medio de esta reflexión, el revolucionario, que para bien o para mal, dio vuelta el mundo como una media, intentaba dar una explicación de los cambios violentos que ha padecido Rusia a lo largo de su historia y justificar la acción revolucionaria que llevó adelante en 1917. Algo de esto hay en la conducta de Putín, como veremos seguidamente. Antes de avanzar en esa dirección, propongo una nueva reflexión:

¿En la comprensión y entendimiento de la realidad, prevalece el presente o la historia? ¿Qué potencia guardan las tradiciones, las costumbres, la cultura, las epopeyas, la épica y los fracasos? ¿Marcan, acaso, el ritmo de las conductas, al momento de actuar, o actuamos en virtud de un frenesí circunstancial? Nueva pregunta: ¿Tenía razón Hegel cuando, al jugar con las palabras, afirmaba que el problema de la historia es la historia del problema? O es el puro presente el que explica todo. Política e historia son dos ciencias que se entrecruzan y muchas veces no dialogan entre sí. Entonces, nunca más apropiada la idea de Marc Bloch cuando afirmaba que el historiador debe comprender y no juzgar, tal es su meta. Propongo entonces una aproximación al tema evitando en lo posible los prejuicios y las miradas cargadas de rencores o simpatías.

Si la observación de Trotsky es acertada resulta que Rusia siempre llegó tarde a las tareas que la historia demandaba en un momento dado, este atraso explicaría giros vertiginosos para ponerse al día, además de un privilegio, según él. Aspecto, este último, discutible.

Veamos, el feudalismo y los siervos de la gleba existieron en Rusia hasta bien avanzado el siglo XIX, cuando en el resto de Europa había comenzado a desaparecer a partir del siglo XIII, con el desarrollo del comercio y de las ciudades. En la enorme extensión territorial rusa prácticamente no se desarrollaron ni villas ni aldeas, las rutas comerciales que unían el Mediterráneo con el mar Báltico no pasaban por Rusia. Esos caminos eran recorridos por buhoneros y “pies polvorientos” que arrastraban sus carretones cargados de mercaderías desde el otro lado de los Alpes. Venían de las ciudades Estado volcadas sobre el Mediterráneo (Venecia, Génova, etc) encargadas de traer las mercaderías procedentes de Oriente vía Indico y Mar Rojo al puerto de Alejandría o Índico, Golfo Pérsico, Tigris, Bagdad y finalmente San Juan de Acre (Israel). Este comercio era intensísimo y un primer envión globalizador entre Oriente y Occidente.

De estas ciudades mediterráneas partían los comerciantes que fundaban pequeños burgos a lo largo del camino hasta llegar al Báltico, por lo tanto la burguesía y la modernidad no pasaron por la masa continental rusa. El feudalismo que se retiraba de Europa recrudecía en las rusias.

Los últimos estertores del feudalismo fueron sepultados por la Revolución Francesa de 1789. Rusia no tuvo Revolución Francesa, por el contrario, luchó contra ella y la venció cuando Napoleón fracasó en su intento de invadirla. A partir de ese momento el zar Alejandro I se transformó en la fuerza conservadora por excelencia de la Santa Alianza, proponiéndole al restaurado Fernando VII ayuda, con sus ejércitos, para recuperar América.

A la insistencia de Alejandro I y su alianza con España se debe la Doctrina Monroe pues el Presidente norteamericano observó con preocupación que este acuerdo de Rusia con España era sumamente peligroso para su país pues California estaba en manos de España y Alaska en manos de Rusia, un acercamiento entre ellos dejaría a los EE UU sin salida al Pacífico. En síntesis, en el siglo XX Rusia vivía como en el XVIII. La Revolución de 1917, al menos la de febrero, fue un intento fallido de acomodamiento al presente, no pudo ser. En octubre triunfó el comunismo y se arrogó ser el rostro del futuro. Algo de razón tenían. A los empujones Rusia ingresó en la modernidad. Brutalmente. Como siempre había ocurrido. A veces hacia el futuro, a veces hacia el pasado. En cuarenta años parecía que el Imperio Soviético se comía al mundo. Se ubicaba en lo más alto de los peldaños. En el territorio de la ciencia estaba ganando la batalla del espacio, y en el territorio de los principios instalaba la igualdad como el valor supremo. La democracia no contaba.

Rusia y Ucrania

Rusia nació en Kiev. Rusia y Ucrania durante mil años fueron el mismo país, si se puede llamar así a la cabeza de un imperio. Al producirse la revolución de 1917 los acontecimientos se desarrollaron en Rusia propiamente y de allí se extendieron al conjunto del Imperio. Algo parecido, para que el lector pueda entenderlo, como la Revolución de Mayo, nacida en la capital del Virreinato se extendió, desde allí, a la totalidad de sus confines con serias dificultades. En el caso de Ucrania todo fue complicado. Luego de la paz de Brest-Litovsk con Alemania, en 1918, por la cual los bolcheviques entregaban una parte considerable de su territorio, Ucrania fue invadida por los alemanes. Un sector ucraniano acompaña la invasión y desde Moscú, Stalin apoya un golpe de Estado asegurando que no complicará la paz alcanzada con Alemania. Ucrania ya cabalgaba a dos aguas.

Es pertinente observar que al producirse la Revolución de febrero que acabó con la Monarquía Romanov, Ucrania planteó su autonomía y le fue concedida por el gobierno de Kerensky, con una férrea oposición del partido de derecha, los kadetes. Postura que luego adoptarían los bolcheviques. Para no ahondar más en esta historia diremos que a la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, Ucrania se transformó en una República independiente. No más zares, no más bolcheviques. Pero con dos visiones geopolíticas diferentes, una vinculada a Rusia y la otra, absolutamente independiente. En este sentido el artículo de Henry Kissinger del 2014 es revelador cuando asegura que “para que Ucrania sobreviva no se le debe colocar como un pilar de conflicto de un bando contra el otro, sino que debería funcionar como un puente entre ambos”. Pero advierte que Ucrania es una parte integral de la historia rusa y, en realidad de Rusia. Esta última aseveración es esencial a la hora de entender qué pasa.

¿Cuál es el problema ahora?

Que Putín procura un salto para adelante desconociendo y renegando lo ocurrido en 1991. ¿Volver a la Unión Soviética? De ningún modo. ¿A los antiguos límites del imperio Zarista, reconquistado luego por los bolcheviques? Tampoco. ¿Qué quiere entonces? La reunificación de la Nación Rusa. Lo que la mayoría de los Estados que se consolidaron como Naciones, lograron en otros siglos. En otros tiempos. Rusia pretende hacerlo ahora. Nuevamente llega tarde, y lo realiza a golpes y empujones del mismo modo que promueve el capitalismo como anteriormente sus antecesores el socialismo. Que es un autócrata, nadie lo duda pero pensar que esto es una lucha entre democracia y dictadura, entre Oriente y Occidente, entre opresores y oprimidos es, mi ver, un error. Lo que los Reyes Católicos alcanzaron en España con guerras, persecuciones, cárceles y muertes, (si lo sabrán los judíos y los moros) para lograr la unidad nacional, hoy está cuestionado. Al parecer las partes son más importantes que el todo. En el 2017 Cataluña alzó la voz y convocó a un plebiscito donde se preguntaba: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de República?”. Un texto hermoso desde la perspectiva democrática pero fatal para una Nación. Este movimiento independentista fue sutilmente apoyado por el Departamento de Estado que en la oportunidad afirmó “que trabajarán con el gobierno o entidad resultante del referéndum”. El periódico The Economist apoyaba el derecho de la mayoría a decidir. La izquierda francesa de Melechón sostuvo a Cataluña.

La unidad nacional alemana conseguida en el siglo XIX por Bismark no se alcanzó con talco y algodones, tampoco la italiana o la francesa. No podemos desarrollar aquí todos los procesos de consolidación nacional. Pero me referiré a dos. Cuando los Estados Confederados sureños se separaron de la Nación norteamericana, con su bandera, su himno y su capital, el Presidente Lincoln no lo permitió. Les declaró la guerra y los incorporó por las fuerzas de las armas. Un país no se disuelve por voluntad de las partes. En nuestro caso Buenos Aires estuvo separado de la Confederación por diez años y luego esta provincia emprendió la consolidación de la Nación bajo la consigna de no ahorrar sangre de gauchos. Pero claro, todo eso en el siglo XIX. En el siglo XXI suena anacrónico. Putín explica que en el año 1991 cuando Ucrania se independizó, Rusia no tenía el poder militar para impedirlo de modo que vuelve sobre los pasos y no acepta la independencia de Ucrania alcanzada hace treinta años y pretende incorporarla por la fuerza.

La sorpresa es que todos los que emplearon la fuerza para unificar sus naciones ponen el grito en el cielo. Bueno, tiene su lógica, estamos en el siglo XXI y son guerras viejas. ¿Entonces qué debemos esperar? Está clara la dificultad que se presenta. Pero Kissinger debió ser oído.

Dice Putín: “Ucrania no es un país vecino, sino una parte importante de nuestra historia, de nuestro espacio espiritual. Son amigos, colegas de trabajo, parientes, conectados con nosotros por lazos de sangre desde los puntos más lejanos de la historia. Con la URSS había un estado unitario con la fachada de autonomías nacionales. Los comunistas no resolvieron la Cuestión Nacional.” Para afirmar enfáticamente, y quizás esto lo haya empujado a la invasión: “Un Estado contundente aún no se ha formado en Ucrania”

El problema estadounidense diferencias entre republicanos y demócratas

Hoy todos se sorprenden con la guerra, es raro. Cuando Donald Trump le ganó a Hillary Clinton en el 2016 el intelectual francés Alain de Benoist observó satisfactoriamente este triunfo, no tanto por simpatías hacia el republicano, sino porque si ganaba Clinton habría guerra con Rusia. Y nadie se dio por enterado. Cuatro años después con los demócratas en el poder está la guerra. ¿Es solo un problema ruso? Menos mal que las palabras quedan en el papel. El periodista Thomas Friedman en la primera nota que sacó en el New York Times, ante la invasión, explicó en detalle los errores cometidos por Clinton, Bush hijo y Obama con Rusia. Tampoco hay que olvidar que Trump en el 2017 afirmó que la OTAN es una organización obsoleta, puesto que si se acabó el comunismo cuál es su sentido, afirmando que si ganaba la reelección retiraba a EE.UU. de ese pacto ofensivo-defensivo. Putín contó una conversación con Clinton, aún no desmentida. Le preguntó en el año 2000 como evaluaba EE. UU. el ingreso de Rusia a la OTAN. Jamás me contestó. No nos quieren como amigos. ¿Para qué convertirnos en enemigos?

Por supuesto que el asunto da para más, pues habría que contar los negocios espurios del hijo de Biden en Ucrania que denunció Trump, pero llega el momento de finalizar la nota, sin embargo no lo haré sin antes insistir en dos cuestiones:

Las pretensiones tardías de Putín al traer guerras viejas al presente; y también, y esto es central en el enfoque, es que si el Presidente ruso llegara a tener razón de que Ucrania es Rusia no estamos, entonces, frente a una invasión sino a una Guerra Civil en la cual Rusia toma partido por un bando y Occidente por otro. Y algo de esto debe haber si se repasan los hechos de la Plaza de Maidan de 2014 y se repara en las declaraciones de China cuando afirmó que hay que dejar de pensar en términos de Guerra Fría.

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