Shanghai es una megalópolis monstruosa de 26 millones de habitantes y el corazón económico de China. También está al borde del estallido social tras poco más de una semana de un confinamiento tremendamente estricto en el que ha fallado prácticamente todo. Pero eso, tras lo que hemos hablado sobre la «trampa del #COVIDZero«, no es una sorpresa.
La sorpresa que es, según explicaba Stephen McDonell, el corresponsal de la BBC en China, la Comisión de Salud de Shanghai ha reconocido que «de las 130 000 infecciones oficiales de la ciudad en este brote, solo hay una persona en estado grave». Solo una. Repito: solo una en estado grave.
Una estrategia tremendamente costosa. Esa es la pregunta que se hacen todos en este momento. La sensación de descontrol es brutal y a la falta de alimentos y medicinas; a los desplazamientos de asintomáticos a zonas de cuarentena; a los niños separados de sus padres por un mero covid asintomático, a los trabajadores durmiendo en sus oficinas y a los centros de confinamiento a medio construir o con gente durmiendo en camas de cartón) hay que sumarle los signos más que evidentes de la desesperación social.
En los últimos días, los corresponsales en China no dejan de compartir vídeos donde se muestran los gritos, brotes de violencia e incluso una presunta oleada suicidios. La preocupación social creciente, los continuos errores de gestión y el férreo seguimiento de la estrategia, parecen dejar a China en una especie de callejón sin salida.
¿Cuánto podrá aguantar la ciudad? Sobre todo porque el fin, en ciudades como Shanghai está aún muy lejano. El mismo día que se veían los primeros saqueos en la ciudad, Jilin (en el noroeste del país) anunciaba que había conseguido acabar con el brote que la afectaba tras 33 días de confinamiento estricto. Es decir, tres semanas más de las que lleva ya la ciudad de Shanghai en él.