Malas noticias para EEUU: China realmente puede ganar la nueva carrera a la Luna

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La reedición de la histórica carrera espacial entre EEUU y la Unión Soviética a mediados del siglo XX se acelera. Pero esta vez, parece que EEUU está perdiendo la batalla contra su nuevo enemigo: China. El último retraso ha sido la noticia de que la NASA está debatiendo internamente cancelar el primer alunizaje en 2026, convirtiendo la misión Artemis III en otra: en vez de pisar la luna, Artemis III se convertiría en un ejercicio de encuentro en órbita terrestre entre la nave Orión —que llevará a los astronautas a la órbita lunar cuando llegue el momento— y el Starship de Space X, que en teoría será el encargado de bajar a los astronautas desde órbita lunar a la superficie de nuestro satélite.

 

Es un nuevo retraso para el programa que revela otra vez la cruda realidad: esto es un verdadero desastre. EEUU está ofreciendo a China la oportunidad de llegar primero a la Luna en bandeja de plata desde una mezcla de incompetencia, falas promesas y malas decisiones políticas.

Vital para el futuro de EEUU y el mundo occidental

El problema es que esto no es sólo nueva carrera espacial a ver quién vuelve a poner la banderita en nuestro satélite sino que es el pistoletazo de salida para ver quién se adelanta en la carrera por la colonización y explotación de todo el sistema solar, desde la Luna a Marte, pasando por las ilimitadas riquezas del cinturón de asteroides que redefinirá la geopolítica en los próximos siglos.

 

Es un juego de ajedrez a muy largo plazo, y el estado y la industria aeroespacial chinos están ejecutando fríamente su plan de dominación interplanetaria como los norteamericanos hicieron con la Luna y el programa Apolo. Ahora son EEUU y Europa los que, perdidos en guerras culturales y chorradas terrestres, están perdiendo una guerra que será lo que realmente decida el destino de la humanidad durante todo el siglo XXI y más allá.

En la carrera anterior, Estados Unidos triunfó cumpliendo la promesa de un John F. Kennedy que vio claro que se jugaba la supremacía de un modo de entender el mundo —la libertad y la democracia frente a la dictadura comunista— y la posibilidad de realizar la mayor revolución tecnológica que ha conocido la humanidad, resultando en el mayor número de ingenieros de la historia, los microchips y miles de materiales y sistemas tecnológicos que no habrían llegado de manera acelerada, convirtiendo a EEUU en el líder tecnológico indiscutible del planeta.

 

En la carrera actual, ese mismo guión lo está siguiendo China a rajatabla. Y mientras los últimos avanzan desde atrás, con más de 100 misiones para este año, el programa Artemis sigue retrasándose lastrado por razones técnicas y políticas.

Ambición vs. realidad

El programa Artemis de la NASA es básicamente la segunda parte del primer programa Constellation de la administración Bush para devolver a los humanos a la Luna por primera vez desde 1972 y establecer una presencia permanente antes de dirigirse a Marte. Y si la primera parte fue mala —Constellation se canceló cuando se hizo obvio que era imposible— la segunda parte parece aún peor. Artemis sigue estrellándose con obstáculos financieros y logísticos que, poco a poco, lo están sumiendo en un pozo cada vez más profundo.

 

El programa ha superado de largo su presupuesto y se ha retrasado numerosas veces, como en su día apuntó el inspector general de la NASA, Paul Martin. Martin destacó en 2022 que Artemis llevaba tres años de retrasos y aumentos de costos acumulados de 4.300 millones de dólares en sus componentes principales: el Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS), el Vehículo de Tripulación Multipropósito Orión y los Sistemas Terrestres de Exploración. Todos estos contratiempos han arrojado dudas una y otra vez sobre la viabilidad del programa dentro de sus plazos acelerados establecidos inicialmente por mandatos políticos y no por los técnicos.

Y lo peor es que todos los socios de la NASA en el programa van con retraso. Starship no termina de levantar el vuelo y va a ser imposible que cumpla con las fechas que prometió Elon Musk. La estación orbital lunar tampoco llegará a tiempo. El vehículo de lanzamiento —que no se puede reutilizar— tampoco funciona bien y cuesta demasiado dinero. La nave Orión todavía tiene problemas de diseño a estas alturas de la película. De hecho, por no tener, la NASA no tiene ni trajes lunares porque su fabricante también va con retraso.

 

Lo alucinante es que, a pesar de estos contratiempos, el programa Artemis sigue disfrutando de un sólido apoyo bipartidista en el Congreso norteamericano, en gran parte debido a su sustancial impacto económico en múltiples estados conocidos por sus industrias aeroespaciales. En una audiencia reciente del subcomité espacial del Comité de Ciencias de la Cámara de Representantes, los miembros expresaron su decepción por los retrasos, pero se abstuvieron de presionar para que hubiera cambios programáticos sustanciales. Esto no son noticias. Este apoyo lleva ya años y es una realidad política en la que la preservación del empleo y los beneficios económicos a nivel estatal superan las preocupaciones sobre la escalada de los costes y los retrasos del calendario. La audiencia en Washington también puso de relieve las críticas a la complejidad y el (su)realismo presupuestario del programa: el ex administrador de la NASA, Mike Griffin, describió entonces el programa Artemis como «excesivamente complejo, con un precio poco realista y muy poco probable que se complete de manera oportuna». Vamos, que el Artemis es un trucho y que es mejor cerrarlo pero que no les da la gana hacerlo.

El ascenso chino

Mientras, la agencia espacial china sigue apretando el acelerador, avanzando con una agenda ambiciosa y clara que prioriza su programa espacial como un imperativo nacional. Sabe que es motor no sólo de la industria del país (incluyendo la militar) sino que además va a ser una herramienta de propaganda e influencia imparable si consiguen llegar los primeros.

 

Su esfuerzo en 2024 está centrado en los planes para un récord de 100 lanzamientos orbitales, una escalada significativa para solidificar el estatus de China como potencia espacial. El principal contratista espacial del país —la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China— lidera estos esfuerzos, que incluyen misiones de alto perfil como el satélite de retransmisión lunar Queqiao-2 y la misión Chang’e-6, una misión pionera al lado oculto de la Luna para traer de vueltas muestras lunares a la Tierra. Todo esto es parte del camino que los chinos tienen marcado para aterrizar en la Luna antes de que termine la década, como dijo JFK.

 

Los caminos divergentes de los Estados Unidos y China son claros. En EEUU, la NASA ha dejado de tener el mismo papel que tuvo en el programa Apolo. Aunque entonces involucró a múltiples socios privados —Northrop, Rocketdyne, Lockheed…— igual que lo hace ahora con SpaceX, la realidad es que no tiene el mismo papel centralizador que tuvo entonces. El enfoque del gobierno de China sigue los pasos del Apolo y su dictadura permite una toma de decisiones y una asignación de recursos sin que nadie rechiste, lo que permite un progreso rápido que está sorprendiendo a los occidentales. Un claro ejemplo han sido los rovers lunares y marcianos, así como su estación espacial montada en solitario.

Este enfoque estratégico recuerda a los EEUU de los 60, aunque la motivación obviamente es muy diferente. El resultado, sin embargo, es el mismo: los chinos impulsan su programa espacial para lograr objetivos claros con eficiencia, por orgullo nacional y para obtener un futuro beneficio económico. En el futuro,en el espacio. Pero ahora mismo, aquí, en la Tierra.

 

Habrá que esperar a ver si EEUU reacciona o si China consigue adelantarles del todo. Al fin y al cabo, la NASA sigue invirtiendo mucho más que la CNSA y el éxito de SpaceX con sus Falcon 9 es innegable. Pero la carrera a la Luna y a Marta va de mucho más que de invertir dinero y lanzar satélites en cohetes reutilizables. Hay que marcar goles. En unos días sabremos más sobre Artemis III pero, en estos momentos y con tantas cosas en contra, el cielo está oscuro para EEUU y los chinos tienen una ventana de lanzamiento para dar en la diana que, si la mantienen, no van a desaprovechar.

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