Corea del Sur: el nuevo presidente no cerrará la crisis política

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El candidato liberal Lee Jae-myung obtuvo una cómoda victoria en las elecciones presidenciales anticipadas de Corea del Sur. Pero las fuerzas de extrema derecha siguen ganando fuerza, especialmente entre los hombres jóvenes atraídos por el misógino chivo expiatorio de las mujeres.

Una victoria frágil

Lee obtuvo el 49,4 % de los votos en unas elecciones con una de las participaciones más altas de la historia, cercana al 80 %, en un contexto de manifestaciones y protestas masivas que aceleraron la destitución de Yoon y la convocatoria de elecciones anticipadas. Su principal oponente, Kim Moon-soo, del Partido del Poder Popular (PPP) de Yoon, obtuvo el 41,1 % de los votos.

Los conservadores tenían pocas posibilidades de ganar las elecciones. El partido estaba tan dividido que le costó mucho elegir a su propio candidato, hasta que finalmente se decantó por Kim, un antiguo activista de izquierda convertido en agitador de extrema derecha. Dadas las circunstancias, el PPP debería haber sufrido una derrota mucho más aplastante que la que obtuvo.

Lee Jun-seok, candidato del Partido Reformista, una escisión del PPP que ha estado cortejando a la cohorte de incels del país, quedó en tercer lugar, con un 8,3 %. En un distante cuarto lugar quedó Kwon Young-guk, candidato del Partido Laborista Democrático, formado apresuradamente, que logró obtener poco menos del 1 % de los votos a pesar del inicio tardío de su campaña y las divisiones en la izquierda.

Lo más destacado es el fuerte giro hacia la extrema derecha entre los hombres de entre veinte y treinta años. Según una encuesta en boca de urna realizada por tres importantes cadenas de televisión, tres cuartas partes de los hombres de ese grupo de edad votaron por los dos candidatos de extrema derecha. Por el contrario, algo más del 58 % de las votantes de entre veinte y treinta años votaron por Lee, del PDP, mientras que otro 6 % optó por el candidato de izquierda, Kwon. El predominio de la derecha también fue evidente entre los hombres de treinta y tantos años, con alrededor del 60 % votando por uno de los dos candidatos conservadores, mientras que el 57 % de las mujeres de ese grupo de edad apoyó a Lee.

Aunque el margen de victoria global de Lee fue de más del 8 %, su victoria es más frágil de lo que podría parecer. Si excluimos a las dos provincias del suroeste, que constituyen el bastión tradicional del PDP, donde obtuvo más del 80 % de los votos, la ventaja de Lee sobre el PPP se reduce a solo 26 000 votos de los casi 35 millones emitidos. En Seúl, la capital del país y su centro político y económico, el voto conservador combinado superó por un estrecho margen de 0,5 % el apoyo a Lee.

A pesar de ese margen más estrecho de lo esperado, Lee puede seguir siendo considerado como el presidente más poderoso de la historia reciente de Corea del Sur. Dado que su partido ya cuenta con mayoría legislativa, Lee podrá cubrir dos vacantes en el Tribunal Constitucional y promulgar o derogar cualquier ley que desee durante los próximos dos años, o incluso durante los cinco años de su mandato si el PPP sigue demasiado fracturado como para constituirse en un desafío en las próximas elecciones legislativas. Como siempre, la suerte política del DPK dependerá menos de sus propias fortalezas que de las deficiencias de su principal rival.

¿Sanders o Trump?

Prácticamente desconocido fuera de Corea del Sur, Lee es un abogado y un disidente que se hizo a sí mismo. Entre 2010 y 2018, se ganó el reconocimiento nacional como alcalde eficiente que rescató de una crisis de deuda a Seongnam, una ciudad satélite de Seúl en la provincia de Gyeonggi. Más tarde, ocupó el cargo de gobernador provincial, que utilizó como trampolín para su candidatura a la presidencia. Hace tres años, perdió por menos de un 1 % las elecciones presidenciales frente al ahora destituido Yoon.

Según sus propias memorias, Lee nació en una familia muy pobre y tuvo que abandonar la escuela secundaria para trabajar en fábricas y ayudar a mantener a su familia. Un accidente laboral le dejó el brazo izquierdo discapacitado. En 1982, tras superar una serie de pruebas, Lee, inteligente y con gran sentido común, fue admitido en una universidad de Seúl con una beca por méritos académicos gracias a sus excelentes resultados en las pruebas de ingreso. Cuatro años más tarde, aprobó el examen de ingreso para la carrera de Abogacía, famoso por su dificultad, y se tituló.

Como suele ocurrir con las memorias de los políticos, el relato de Lee contiene inconsistencias sobre fechas, lugares y acontecimientos. Sin embargo, su relato, que va de la pobreza a la riqueza, tiene un gran impacto en un país que pasó de la devastación de la guerra a la prosperidad económica en una sola generación.

El historial profesional de Lee como abogado contradice a menudo la imagen que mismo da de sí mismo como defensor de los derechos humanos. En 1989, con veintiséis años y mucha ambición, abrió su bufete en Seongnam. Esta zona marginal, que había sido escenario de unos disturbios en los barrios marginales en 1971, estaba a punto de sufrir una transformación radical.

Durante los siguientes treinta años, la ciudad y la provincia se inundaron de dinero, ya que el Gobierno y los promotores inmobiliarios comenzaron a invertir fondos en la región sur de Seúl. Este proceso la transformó en un centro tecnológico al estilo de Silicon Valley y en un enclave moderno para jóvenes y ricos, mientras que los barrios antiguos y las pequeñas fábricas fueron arrasados, desplazando a residentes y trabajadores.

Lee pasó la mayor parte de la década de 1990 dedicándose a casos de apelaciones civiles, atraído por los honorarios más elevados. Durante este periodo, también comenzó a ganar dinero mediante inversiones en acciones de primera categoría. En la década de 2000, canalizó sus ambiciones políticas liderando un grupo cívico anticorrupción en la ciudad.

A lo largo de su carrera jurídica, fue responsable de aproximadamente cuarenta casos penales. Solo dos de ellos estaban relacionados con violaciones de la Ley de Seguridad Nacional, la draconiana ley contra los derechos humanos del país, mientras que el resto se referían a delitos graves o al crimen organizado. Estas experiencias parecen haber moldeado la visión política de Lee, que a menudo se percibe como transaccional y pragmática, carente de convicciones ideológicas claras.

Sin embargo, sus conexiones con la gentrificación lo envolvieron con frecuencia en acusaciones de corrupción: ahora los tribunales deben decidir si continúan con los seis casos penales en su contra, surgidos durante su carrera pública, que van desde acusaciones por corrupción hasta abuso de poder. Sin conexiones con la élite, Lee siempre tuvo que rodearse de personas leales. Desde que ganó las elecciones presidenciales, ya cubrió los principales cargos del Gobierno con personas de su círculo, rompiendo su promesa anterior de nombrar a una figura neutral (o incluso a un conservador moderado) para ayudar a salvar las divisiones políticas que atravesaron al país tras el fallido golpe de Yoon.

Su política transaccional, aislada por un círculo íntimo leal, convertieron a Lee en el líder idóneo para el actual DPK. Desde la década de 1990, el partido, que en su día estuvo profundamente arraigado en el movimiento prodemocrático del país, evolucionó hasta convertirse en una amalgama de políticos de carrera —antiguos activistas estudiantiles con un compromiso cada vez menor con el nacionalismo radical de sus inicios— y una clase de profesionales y representantes de la nueva riqueza, que amasaron fortuna e influencia en los sectores tecnológico y financiero de Corea del Sur.

Estas élites neoliberales se diferencian de los chaebol, los gigantescos conglomerados industriales que comenzaron a florecer en la economía planificada durante la era autoritaria entre los años sesenta y ochenta. La nueva clase rica y el DPK financiarizaron eficazmente la corrupción. En los últimos años, las acusaciones de corrupción contra figuras del DPK implicaron invariablemente a empresas de capital riesgo y de capital privado, o a promotores inmobiliarios que ofrecen participaciones financieras o alguna forma dudosa de elevadas comisiones. Esto representa un cambio con respecto al patrón establecido de los escándalos de corrupción de los chaebol, que solían implicar sobornos directos en efectivo.

Aunque los titulares mundiales advertían sobre el peligro de una toma del poder por parte de la izquierda, en realidad no hay nada de izquierdista en la plataforma política de Lee. Sus orígenes humildes o su breve apoyo a un plan de renta universal cuando era gobernador —una medida que, al fin y al cabo, cuenta con un amplio apoyo en los círculos capitalistas, especialmente entre los magnates tecnológicos libertarios— pueden confundirse con un experimento socialista. Pero cuando el Wall Street Journal lo interrogó el año pasado por las críticas que lo comparaban con Bernie Sanders, Lee respondió con ironía: «Algunos incluso dijeron que soy como el “Trump de Corea”».

Los medios de comunicación internacionales sugirieron que se había reinventado como un conservador moderado para favorecer su candidatura a la presidencia. De hecho, Lee siempre fue un candidato abiertamente favorable a las empresas, comprometido con la ampliación de la semana laboral legal y una mayor desregulación de los mercados financieros y laborales. El DPK es un partido promercado en el que la conveniencia política suele imponerse al respeto por la independencia judicial y la integridad procesal. Bajo la presidencia de Lee, es probable que Corea del Sur siga siendo uno de los dos únicos miembros (junto con Japón) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sin una legislación antidiscriminatoria, mientras él intenta sustituir gran parte del sistema de bienestar social por pagos directos en efectivo.

El 3 de junio, un candidato disidente de sesenta años del liberal Partido Democrático (DPK) de Corea del Sur ganó la presidencia en unas elecciones anticipadas, tras el fallido golpe de Estado perpetrado seis meses antes por el expresidente Yoon Suk-yeol. A primera vista, la victoria de Lee Jae-myung parecía un resultado cantado.

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