Se acerca la fecha del 12 de agosto y, con ella, el fin de una frágil tregua comercial entre Estados Unidos y China. Durante tres meses, las dos primeras potencias mundiales habían reducido sus derechos de aduana, dando un respiro al comercio bilateral. Pero sin un nuevo acuerdo, los aranceles podrían dispararse a niveles récord, con consecuencias para la economía mundial.
Pronto terminará la tregua arancelaria acordada entre China y Estados Unidos la primavera pasada. Este acuerdo temporal, válido por 90 días, había permitido reducir las tensiones comerciales: los productos chinos exportados a Estados Unidos están actualmente gravados con un 30%, y los productos estadounidenses vendidos en China con un 10%.
Sin un nuevo acuerdo, estos tipos podrían dispararse de la noche a la mañana: hasta un 145% para algunos productos chinos y un 125% para las exportaciones estadounidenses. Un aumento de tal magnitud equivaldría, por tanto, a reactivar el núcleo de la guerra comercial que ambas potencias llevan librando desde hace varios años.
Enfrentamiento desde finales de la década de 2010
Ambos países se enfrentan en varios frentes: aranceles, restricciones a la exportación de componentes estratégicos, control de las inversiones, sanciones específicas contra determinadas empresas.
La tregua de primavera, aunque limitada, supuso un raro momento de distensión, que ofreció a los industriales y a los mercados un respiro frente a la escalada de medidas punitivas. También se trata de una fecha simbólica: el fin de la tregua podría enviar una señal de endurecimiento duradero de las relaciones económicas.
Consecuencias del fracaso de las negociaciones
El retorno a unos aranceles tan elevados se traduciría inmediatamente en un aumento de los precios de numerosos productos: maquinaria, piezas de recambio, equipos electrónicos, bienes de consumo corriente.
Las empresas que dependen de proveedores o clientes de ambos lados del Pacífico tendrían que revisar sus contratos, absorber parte de los costos o repercutirlos en los consumidores. Las cadenas de suministro mundiales, ya debilitadas por la pandemia y otras tensiones geopolíticas, sufrirían un nuevo golpe.
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