El NUEVO ESCENARIO POLÍTICO

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Consolidar la estabilidad macroeconómica lograda por el gobierno de Javier Milei es el primer y definitivo paso para integrar a la Argentina con la economía norteamericana, en el momento en que la integración mundial del sistema ha adquirido un carácter instantáneo por la revolución de la inteligencia artificial.

La idea fundamental de Trump es que la economía de Estados Unidos crece a través del aumento incesante de las inversiones y que en ella sólo se compite mediante el incremento de la productividad de todos los factores (PTF) surgida de la apuesta a la innovación y al enriquecimiento del “capital humano”.

La decisión tomada por Trump es absoluta e irreversible y consiste en hacer “todo lo que sea necesario” para garantizar la reelección de Javier Milei en las elecciones de 2027.

Para eso ha destinado, a través de Scott Bessent, su mano derecha en cuestiones económicas y financieras, 20.000 millones de dólares en la ayuda al gobierno de Milei, más los recursos infinitos del Tesoro norteamericano con sus intervenciones directas en la compra de pesos argentinos en el mercado de Buenos Aires.

Estos inmensos recursos están dedicados a consolidar la estabilidad macroeconómica del país, porque éste es el camino para su integración definitiva con la economía norteamericana, que es la que encabeza la Cuarta Revolución Industrial y su tecnología decisiva y fundamental, la inteligencia artificial.

Una vez integrada la Argentina con la economía estadounidense, la cuestión absolutamente decisiva es atraer en gran escala una fenomenal oleada de inversiones de Estados Unidos y del mundo entero, sobre lo que el gobierno de Trump estima que son extraordinarias oportunidades de negocios en energía, minería, bioeconomia agroindustrial, y alta tecnología, al estilo esta última del “Data Center” de inteligencia artificial que se establecerá en Neuquén con una inversión de 25.000 millones de dólares.

Las reglas básicas de esta nueva etapa histórica ya fueron formuladas por Trump en su primer mandato al reestructurar completamente el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y convertirlo en un pacto de integración productiva fundado en la técnica y la innovación.

El objetivo central de este tipo de acuerdos, como el USMCA´s que refundó Trump en 2020, es atraer inversiones y sólo subsidiariamente multiplicar el comercio. El instrumento para esta tarea histórica son las cadenas globales de producción constituidas por las grandes compañías transnacionales, de las que 44% son norteamericana y el denominado comercio internacional crece en más de un 80% a través de las redes globales de producción: elevación de los niveles salariales de acuerdo al aumento de la productividad de todos los factores (PTF), auge sistemático de las inversiones del mundo entero, atraídas por los negocios altamente rentables que el país tiene para ofrecer, e innovación constante mediante el conocimiento y el enriquecimiento del “capital humano”.

Siempre y en todos los casos el eje de esta notable transformación del mundo de hoy se encuentra en Estados Unidos, híper-potenciado por el liderazgo de Trump.

Específicamente, en lo que hace a la relación directa entre Estados Unidos y la Argentina, la importancia del gobierno de Milei para Trump va más allá de lo económico y de lo ideológico y tiene un significado esencialmente geopolítico porque el mandatario argentino se ha convertido en un eslabón fundamental del nuevo orden global fundado en el comercio y las inversiones, que abarca a todos los países del mundo, y en primer lugar a China.

Esto significa, en breve síntesis, que la economía argentina se integra irreversiblemente con la estadounidense en los próximos dos años, lo que equivale a incorporarse a los escalones decisivos de la política mundial. En segundo lugar, pero igualmente trascendente, es que Trump se convierte en un componente esencial de lo que antes se denominaba la “política doméstica” y que la dupla gobernante de la Argentina de los próximos dos años tiene como uno de sus integrantes al mandatario norteamericano. Todo esto sucede porque la integración mundial del sistema ha adquirido un carácter absolutamente “horizontalizador”.

Lo que está ocurriendo es un salto cualitativo en el capitalismo del siglo XXI, referido a las reglas y procedimientos de las actividades productivas y de servicios, sin distinción alguna entre el “adentro “ y el “afuera”, como era usual en el capitalismo en su fase industrial, y que ahora se ha transformado en una auténtica rémora del pasado. “El capitalismo es un permanente creador de sorpresas”, dice Josep Schumpeter.

Hay que prever, por último, que debido a que en los cuatro o cinco sectores más competitivos de la Argentina, que van a tener en los próximos dos años una masa fenomenal de inversiones, los salarios de los trabajadores, ante todo los de mayor calificación, se acercarán a los niveles de los trabajadores estadounidenses.

Las categorías del optimismo y el pesimismo son demasiado mediocres para abarcar el pleno significado de esta nueva situación histórica.

Estados Unidos ha recibido en los primeros seis meses de este año más de 8.8 billones de dólares de inversiones privadas y extranjeras, que serían a este ritmo 17 billones de dólares al concluir 2025, con el agregado de que más de las tres cuartas partes de esta gigantesca ola de capitales está dirigida al desarrollo de la infraestructura de la inteligencia artificial, que transformará todas las actividades económicas y las regiones del mundo en los próximos diez años.

Las prioridades de Estados Unidos son las manufacturas de alta tecnología, encabezadas por el aero-espacio y las plantas automovilísticas automatizadas, así como la fabricación de semiconductores o “chips”, y en todos los casos el despliegue de las tareas de investigación y desarrollo (R&D).

Hay que anotar también el entrenamiento sistemático de una fuerza de trabajo altamente especializada y todo esto acompañado por una verdadera explosión energética que se aspira a duplicar en los próximos cinco años, centrada en más de veinte nuevas plantas nucleares y en la conversión de todas las redes eléctricas a la categoría de superconductividad.

Esta fenomenal ola de inversiones alcanza a 4% del producto, bruto interno, pero es responsable de 92% del incremento del PBI este año, que se contrajo un -0.5% en el primer trimestre y trepó luego a 3.3% entre abril y junio, casi un punto más por encima del alza del crecimiento potencial de los últimos cinco años.

Los tres principales países petroleros del Golfo (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos/EAU y Qatar), más Japón a través del SoftBank, han realizado en conjunto una inversión de 4.2 billones de dólares en la primera mitad del año, mientras que Apple y Nvidia contribuyeron con 500.000 millones de dólares cada una, en tanto que Amazon, Meta/Facebook, Microsoft y Google aportaron 300.000 dólares de millones individualmente.

Lo notable es que esta ola fabulosa de inversiones se hace revirtiendo la direccionalidad del flujo de capitales de las últimas tres décadas. En ese periodo las exportaciones de capital de Estados Unidos superaban ampliamente a las que se dirigían a su mercado interno y lo hacían en la búsqueda incesante de una fuerza de trabajo abundante y barata que disminuyera drásticamente sus costos de producción y eligieron por ese motivo a China como su mercado preferido, con sus 900 millones de operarios.

Ahora, el aumento sistemático del ingreso por habitante de la República Popular China en los últimos treinta años, y por lo tanto también de sus costos laborales, ha eliminado virtualmente esa extraordinaria ventaja comparativa.

Este proceso se ha agudizado con la emergencia de la inteligencia artificial que tiende a eliminar la importancia del costo de la fuerza de trabajo y se centra ahora, como principal instrumento del incremento de la productividad, en la inversión en el conocimiento y el “capital humano”.

El resultado es que la relación “ingreso/egreso” de capital en Estados Unidos es hoy 41.4%, de lejos la mayor en los últimos veinte años y la economía norteamericana es más importante como destino de las inversiones que como la fuente de ellas.

Esta es la “fórmula Trump” de alto crecimiento económico, cuyo núcleo está centrado en las industrias dominadas por la inteligencia artificial, que son las que atraen más de las tres cuartas partes de los nuevos proyectos de inversión extranjera directa (IED/”greenfield”).

Esto hace que la principal línea de la política mundial del siglo XXI sea el poderío excepcional de Estados Unidos con el liderazgo de Trump, que acaba de imponer la paz en la Guerra de Gaza a la cabeza de una coalición de prácticamente todos los países relevantes del mundo actual, árabes, islámicos, y europeos.

Una manifestación de este extraordinario poder de Estados Unidos en el sistema global de hoy, claramente de raíces estructurales, es la decisión tomada por Trump es respaldar la reelección de Milei como garantía de la estabilidad macroeconómica de la Argentina, a la que considera un ”aliado sistémico” y un eslabón fundamental en América Latina de un nuevo orden global fundado en el comercio.

El respaldo de Trump a Milei va más allá de la persona y el personaje político argentino y se transforma en un ejemplo extraordinario del apotegma de Perón: “la única política verdadera es la internacional, ya sea que se desarrolle adentro o afuera de los países”.

Existe un vínculo estructural que relaciona a Trump con Milei y revela en sus rasgos fundamentales el surgimiento de una nueva época en la historia mundial, con una sociedad global absolutamente integrada por la revolución de la técnica y centrada en el predominio inaudito de Estados Unidos en todos los planos del poder y en primer lugar el militar.

 

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