
Lee Jae-myung, del Partido Democrático (PD), fue elegido presidente de Corea del Sur el martes, derrotando a su principal contrincante Kim Moon-soo del Partido del Poder Popular (PPP). Lee inició inmediatamente su mandato de cinco años el miércoles.
Lee derrotó a Kim por más de 2,8 millones de votos, obteniendo el 49,42 por ciento del total frente al 41,15 por ciento de su oponente. Lee Jun-seok, del derechista Partido de la Reforma, obtuvo la mayor parte del resto de los votos con el 8,34 por ciento.
Las elecciones del martes se convocaron tras la destitución del expresidente Yoon Suk-yeol del PPP en abril, luego de un juicio político por haber impuesto la ley marcial en diciembre. La participación electoral alcanzó el 79,4 por ciento, la más alta de los últimos 28 años, impulsada por la ira generalizada contra Yoon y su partido.
Durante su campaña, Lee Jae-myung prometió acabar con la amenaza de insurrección representada por Yoon y sus partidarios en las fuerzas armadas, así como mejorar la economía.
Declaró en su discurso inaugural el miércoles: “Es hora de restaurar la seguridad y la paz, reducidas a herramientas de lucha política; de reconstruir los medios de subsistencia y la economía, dañados por la indiferencia, la incompetencia y la irresponsabilidad; y de revivir la democracia, socavada por vehículos blindados y rifles automáticos”.
Esta última afirmación aludía a los soldados que tomaron por asalto la Asamblea Nacional en un intento de arrestar a legisladores en diciembre, durante el fallido intento de golpe de Estado de Yoon.
Sin embargo, Lee impondrá las exigencias de la clase dominante con la misma dureza que el PPP. El nuevo presidente no ofrece ninguna salida progresista a las crisis que azotan a Corea del Sur, incluyendo una economía estancada, agravada por la guerra comercial de Trump y la creciente militarización de la región del Indo-Pacífico por parte de Washington.
En consonancia con estos planes de guerra de EE.UU. dirigidos contra China, Lee asumirá las preparaciones militares de Corea del Sur desde donde las dejó Yoon. Mientras que el PPP abraza abiertamente el militarismo, los demócratas intentan presentarse como opositores a la guerra. Esto lo hacen bajo líneas estrechas y nacionalistas, enfocándose en fomentar el “diálogo” con Corea del Norte, al tiempo que ignoran conscientemente los planes de Washington para provocar un conflicto con Beijing.
Al igual que durante su campaña, Lee dejó en claro el miércoles, tanto a Washington como a Tokio, que más allá de su retórica sobre el diálogo y la paz, su administración continuará la alianza militar trilateral con Estados Unidos y Japón. Yoon selló este acuerdo en agosto de 2023 con el exdirigente japonés Fumio Kishida, por presión del presidente estadounidense Joe Biden.
Lee afirmó: “Fortaleceremos la cooperación Corea del Sur-EE.UU.-Japón sobre la base de una sólida alianza Corea del Sur-EE.UU. y abordaremos las relaciones con los países vecinos desde la perspectiva de la practicidad y el interés nacional”.
En términos reales, el fortalecimiento de estas alianzas supone una rápida escalada militar por parte de Corea del Sur. Esto podría incluir aumentar el gasto en defensa al 5 por ciento del PIB —una exigencia planteada por el secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, durante un discurso belicista en el Diálogo Shangri-La de Singapur el 31 de mayo. Para Seúl, que ya gasta alrededor del 2,8 por ciento en sus fuerzas armadas, esto implicaría casi duplicar su presupuesto militar.
El gobierno extraerá ese dinero de la clase trabajadora, en un momento en el que la economía ya está estancada y los trabajadores enfrentan la caída de los salarios reales y el aumento del costo de vida. El Banco de Corea (BOK) prevé actualmente que la economía crecerá apenas un 0,8 por ciento este año, en parte debido a la incertidumbre e inestabilidad generadas por los aranceles estadounidenses, que el régimen de Trump emplea como garrote para imponer sus exigencias a los aliados.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos señala que la tasa arancelaria de las exportaciones surcoreanas hacia EE.UU. ya ha subido del 1 por ciento al 16 por ciento, incluso sin contar el arancel “recíproco” del 25 por ciento que ha sido suspendido temporalmente.
La agenda económica de Lee incluye planes de inversión masiva en inteligencia artificial (IA), lo que bajo el capitalismo se traducirá en recortes salariales y despidos masivos. Un informe conjunto publicado en febrero por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el BOK determinó que el 27 por ciento de los trabajadores del país están en riesgo de perder su empleo o de sufrir recortes salariales como resultado de la IA.
Al destituir a Yoon en lugar de respaldar su intento de golpe, la clase dominante decidió que aún no estaba lista para prescindir de las apariencias de la democracia burguesa, sobre todo por temor a que esto desatara una oposición popular masiva. En el punto álgido de las protestas contra Yoon en diciembre, dos millones de manifestantes se congregaron frente al parlamento para exigir su destitución.
Sin embargo, la combinación de guerra y austeridad generará una oposición aún mayor desde la clase trabajadora. Por eso la clase dominante ha recurrido nuevamente al llamado Partido Demócrata “liberal” para imponer su programa, al igual que en el pasado. El PD, que se presenta como amigo de los trabajadores, trabajará de la mano con los sindicatos, en particular con la llamada Confederación de Sindicatos de Corea (KCTU, por sus siglas en inglés), supuestamente “combativa”, para reprimir la resistencia creciente de la clase trabajadora.
La KCTU celebró la elección de Lee diciendo: “Ahora es el momento de hacer realidad las demandas de los ciudadanos trabajadores”. Promueve la ilusión de que Lee llevará a cabo reformas a favor de la clase trabajadora, afirmando que su elección fue “el resultado de la dedicación y la lucha de los ciudadanos”, y afirmando falsamente que su victoria fue una victoria para la democracia.
La KCTU ignora deliberadamente los problemas internacionales más amplios, incluido el peligro de una guerra dirigida por EE.UU. contra China, con el fin de encubrir la verdadera causa de la crisis que enfrentan los trabajadores: el propio sistema capitalista. Se hace creer a los trabajadores que simplemente con destituir a Yoon será suficiente para mejorar sus condiciones.
Los sindicatos, así como los socialdemócratas, grupos pseudoizquierdistas y diversos estalinistas que se hacen pasar por izquierdistas, forman parte del falsamente llamado “bloque progresista” de la política surcoreana. Estos grupos tienen un largo historial de respaldo al PD y de proporcionarle un barniz “izquierdista” mientras ataca a la clase obrera.
En los años noventa, los demócratas ascendieron por primera vez al poder, tras el fin de la dictadura militar, con el objetivo de frenar las demandas de los trabajadores e imponer una reestructuración para salvar a los grandes negocios y a los conglomerados familiares chaebol que aún hoy dominan la economía surcoreana. Bajo los gobiernos de Kim Dae-jung y Noh Moo-hyun, los demócratas impusieron despidos masivos, precarizaron el trabajo y se apoyaron en la KCTU para sofocar huelgas y protestas.
En 2017, el demócrata Moon Jae-in llegó al poder con el respaldo de la KCTU, que afirmó que Moon impulsaría auténticas reformas democráticas e incluso una “revolución”. Los sindicatos y sus aliados progresistas desactivaron las protestas masivas contra la anterior presidencia corrupta de derecha de Park Geun-hye, quien también fue destituida tras un juicio político. Luego, Moon supervisó el incremento de la desigualdad y la expansión de la cooperación militar con EE.UU.
La KCTU jugó el mismo papel tras el intento de golpe de Yoon, cancelando huelgas y protestas en diciembre, diciendo que los demócratas defenderían la democracia. Al hacerlo, el PD y la KCTU dieron a Yoon Suk-yeol y al PPP el tiempo que necesitaban para recuperarse, reagrupar a sus partidarios derechistas y promover el desarrollo de elementos fascistas en el país.
Habiéndose integrado desde hace tiempo al establishment político como aliado del PD y beneficiándose de los privilegios que eso conlleva, la KCTU teme mucho más al desarrollo de un movimiento de la clase trabajadora que vaya más allá de los límites del parlamentarismo y el capitalismo que a una dictadura militar.
Cualesquiera sean las afirmaciones de los demócratas y los sindicatos, la presidencia de Lee no representa una victoria para la democracia, ni implementará reformas progresistas. Al igual que sus predecesores, el gobierno de Lee estará marcado por una mayor pauperización de la clase trabajadora y preparativos para la guerra.